La Incoherencia Humana

Decimos una cosa, sentimos otra y hacemos algo distinto.

Leo Russo

La Incoherencia Humana

Nos acostumbramos a desconfiar de todo… incluso de Dios.

Porque vivimos en un mundo que se ha vuelto

demasiado complejo para creer.
Donde todo parece tener una segunda intención,

una letra chica, una trampa escondida.


Las personas ya no confían fácilmente — y con mucha razón….
Las promesas se rompen, las palabras se tuercen,

los gestos se maquillan.


Hasta el amor se mide en algoritmos y el compromiso

se firma con cláusulas de escape.

Nos acostumbramos a desconfiar de todo…

incluso... de Dios.

Algunos lo imaginan como una fuerza lejana, cambiante, impredecible:
que hoy bendice y mañana castiga,
que ama, pero con condiciones;
que perdona, pero guarda un registro en la sombra.


Un Dios así se parece más a nosotros que al Dios verdadero.

El hombre moderno proyectó su propia contradicción sobre el cielo.
Y lo llamó “espiritualidad”.

Pero la Biblia describe a un Dios completamente distinto:
- un Dios sin doble fondo,
- sin contradicciones internas,
- sin versiones alternas de sí mismo.
- Un Dios que no cambia con el clima emocional de sus criaturas,
- que no ama por conveniencia ni juzga por capricho,
- que es uno, íntegro, coherente en todo lo que hace y dice.

Los filósofos lo llamarían “simple”.
Pero en realidad, es infinitamente perfecto.
Nada en Él está separado:

su amor no contradice su justicia,
su verdad no anula su misericordia,
su santidad no cancela su gracia.

Todo lo que Él es, lo es completamente.

Y ese atributo —la Simplicidad de Dios
nos confronta con una verdad muy incómoda:
nosotros, los seres humanos, somos su opuesto.

Somos fragmentados.


Decimos una cosa, sentimos otra y hacemos algo distinto.

Queremos el bien, pero elegimos el mal.
Amamos a medias, creemos a ratos,

obedecemos cuando nos conviene.

Por eso vivimos cansados, dispersos y quebrados.
Porque no hay paz en un corazón dividido.

Vivimos con la mente fragmentada y el alma desordenada.
Y luego nos preguntamos por qué no encontramos sentido.

Nos acostumbramos tanto a la incoherencia que ya ni la notamos.

Prometemos fidelidad, pero buscamos opciones.
Decimos “te amo”, pero no queremos comprometernos.
Oramos “hágase tu voluntad”, pero vivimos diseñando la nuestra.

Y en medio de todo eso,

buscamos paz en lo que más nos confunde.

Pero hay esperanza.

Porque Dios no es así.
Él no cambia como la sombra que se mueve,
no promete lo que no piensa cumplir,
no ama a ratos ni perdona por temporada.

Su carácter es una sola línea, recta, firme, eterna.
Y cuando su simplicidad toca nuestra confusión,

el caos interior empieza a ordenarse.

La verdadera fe no consiste en entender todo sobre Dios,
sino en confiar en que Él es siempre el mismo,
aunque nosotros no lo seamos.

En un mundo donde todo se divide,

se mezcla y se contradice,
Dios sigue siendo uno,
sigue siendo verdad,
sigue siendo Dios.

Por todo esto y por mucho más

Podemos estar seguros y confiados

De que la Vida es Mejor cuando

Elijo Creer en la Simplicidad de Dios